Andorra de desafíos
Mi viaje a la ciudad que me hizo enfrentar varios retos.
Estefanía Mbá
Querido diario viajero, si tuviera que elegir una frase para englobar lo que he experimentado en mi viaje a Andorra la Vella (Andorra) sería “hay desafíos que pueden durar toda una vida”.
Tenía previsto viajar en 2024, pero Andorra no estaba entre mis opciones. Eso sí, siempre había sabido que en algún momento visitaría este país. Lo que no contemplaba era que fuera mi primer viaje del año.
La primera opción que tenía vino con varios contratiempos. Cada vez que intentaba hacer las gestiones algo se complicaba.
Quizás lo que voy a decir sonará a cobardía o conformismo excesivo, pero he aprendido que en la vida, cuando ciertas cosas se complican innecesariamente, sobre todo, cuando ya has hecho varios intentos, hay que dejarlas estar. Y es lo que hice con mi primera opción.
¿Pero cómo saber que no te estás rindiendo demasiado pronto y que es el momento correcto para darte por vencida?
Lo cierto es que no soy adivina, pero intento escuchar lo que me dice mi cuerpo, lo que cuenta mi corazón. Tengo muy desarrollada la intuición y voy aprendiendo a hacer caso.
Escuché mi sentir y así fue como tomé la decisión de, por fin, visitar Andorra. Todo pasa por alguna razón y creo que no podría haber visitado este país en mejor momento.
Aunque me encanta la gente con la que trabajo, a nivel laboral llevaba en modo adaptación constante últimamente.
Y, a pesar de que los cambios pueden ser buenos si la intención es mejorar las cosas, eso, junto a los retos que enfrentaba en mi vida personal-familiar me tenían mentalmente saturada. Sentía que necesitaba desconectar y cambiar de aire.
Querido diario viajero, no creo que haya encontrado hasta ahora un lugar mejor para desconectar. Andorra para mí es la expresión misma de zen.
Es impresionante la forma en que la naturaleza abraza este país. Es casi imposible mirar sus rincones sin ver agua o verde. Solo el recuerdo me vuelve a llevar a ese estado de paz y armonía. Aunque uno de mis viajes más cortos por su duración, también ha sido uno de los más lentos que he hecho.
Para empezar, el viaje de ida y vuelta ha sido en carretera. Hay gente a la que le encanta ir corriendo a todas partes, pero yo podría pasar horas y horas en un coche particular o autobús y sentir que pasa volando el tiempo. Un viaje en avión de una hora suele parecerme más eterno.
Viajar en carretera me permite conectar con mi imaginación y creatividad, no sé explicarlo.
Contemplar los diferentes paisajes desde una ventana y ver cómo va quedando atrás lo conocido, cómo en un mismo día ves la forma de vida de diferentes poblaciones y cómo se mueve su gente, tal vez, cómo el sol se pone y después se despide; detenerme a pensar en el verdadero significado de la letra de la canción que suena de fondo o en mis cascos, son algunas de las cosas que entretienen mi mente cuando viajo en tierra firme.
Llegué a Andorra cansada, como es natural, porque además tuvimos casi un retraso de una hora. Pero en cuanto logré situarme en el hotel me sentí tranquila.
El cuidado de los detalles y lo perfecto que estaba todo, lo agradables que fueron todos (desde el taxista que me llevó al hotel, hasta el personal del mismo) me hicieron sentir bienvenida y así empezar a experimentar el relax.
Andorra la Vella no es una ciudad muy grande, se puede visitar tranquilamente y aproveché mi tiempo allí para hacer ciertas cositas.
Algunas de las actividades que había programado incluían: una visita al Puente Tibetano de Canillo y al Mirador del Roc del Quer.
Todo lo que implica grandes alturas, túneles, suspensión o inserción en aguas profundas me genera un enorme respeto. Dicho de forma diplomática.
Recuerdo un día que saliendo del trabajo acabé teniendo una conversación sobre fobias con un compañero y me dijo algo tipo:
“A ver, Estefanía, a lo mejor te está costando mucho superar el miedo a volar porque no te pones en esa situación de forma consciente, tú coges el avión porque no te queda otra”.
Como típica persona que piensa en las cosas, me quedé preguntando si había algo de cierto en su comentario. Al menos, él tenía razón en que no me ponía a propósito en ciertas situaciones para enfrentar mis miedos.
Normalmente, suelo hacerlo porque no me queda de otra y, a veces, como me pasó en el viaje a París, incluso de forma accidental. En el viaje a Andorra decidí que me iba a poner en situación y ver qué pasa, o qué aprendo, al menos, con un cambio de enfoque.
El puente tibetano de Canillo (Andorra) es el segundo más largo del mundo. Tiene 603 m de largo y una elevación máxima de 158 m sobre la Vall del Riu. Está situado a 1875 m de altura y cuenta con un metro de ancho. Para llegar al puente y al mirador hay que recorrer la montaña en autobús.
¿Ya he dicho lo que me pasa con las alturas? Pues, el recorrido en bus hasta los puntos para subir caminando al puente o mirador da vértigo también.
Al principio, no quería mirar por la ventana del bus, pero eventualmente me pregunté si tenía sentido subir sin apenas ver lo que me rodeaba.
Decidí mirar por la ventana y poco a poco empecé a olvidarme del miedo, porque quedé embelesada por el paisaje. Incluso, podría decir que empecé a disfrutarlo.
Edgar tenía razón (un señor que había hecho la ruta varias veces y en ésta llevaba a sus hijos y nuera a tener la experiencia). Me animó mucho a intentarlo y ver cómo me sentiría una vez tuviera el puente de frente.
Él le quitó importancia al recorrido en bus y comentó que lo único destacable suele ser la curvatura cerrada, pero el resto de la subida y bajada, normal. Al centrarme en la belleza del paisaje llegué a la misma conclusión.
El recorrido, desde la parada de bus en la montaña hasta el puente lo hice, casualmente, con una pareja valenciana: Vicente y su esposa. Al igual que yo, lo de las alturas no era lo suyo (el hombre).
Me comentaba su problema de vértigo y que no sabía si sería capaz de cruzar el puente. Yo también planteé mis dudas al respecto, porque solo con la caminata de ascenso ya me imponía ver tanta altura. Pero quedamos en ver cómo nos sentiríamos una vez allí.
Y llegamos. Y Vicente intentó dar unos pasos, pero no pudo seguir y decidió quedarse a esperar a su esposa, quien se alejaba de nosotros como pez en el agua y él la fotografiaba desde el punto de partida, mientras me contaba que en realidad la experiencia era un regalo para su mujer, pues , casi había experimentado de todo, pero nada como el puente.
Mientras ella avanzaba no dejaba de hablarme con admiración y cariño sobre la señora.
Querido diario viajero, confieso que en ocasiones me pasan cosas que me dan cierto optimismo sobre la existencia del buen amor, como encontrarme con esta pareja de personas mayores que aún intentaban sorprenderse. Y me gustó ver cómo se iban cuidando en el camino. En el fondo, en eso consiste el amor sano: afecto en diferentes estadios, admiración mutua y respeto.
Estuve a punto de rendirme al intentar empezar a cruzar el puente. Creo que empecé y retrocedí como cinco veces. Hasta que me pregunté si había llegado hasta allí para, ni siquiera hacer la mitad del camino.
Total, me propuse recorrer al menos la mitad del puente, mirar el paisaje cuando llegara a ese punto, mirar abajo y volver.
Y lo hice, incluso acompañé mi pequeña victoria con un bailecito, para celebrar que estaba a la mitad del puente, había mirado abajo y seguía viva. Volví al punto de partida y la pareja compartió la alegría conmigo.
No llegué a cruzar todo el puente, pero aprendí en el instante en que llegué a la mitad que tenía miedo y aun así había llegado hasta ese punto y no había sido tan terrorífico como imaginaba, diría que me sentía feliz.
Aprendí que hay miedos que no se van del todo y quizás tenemos que convivir toda una vida con ellos, pero lo importante no es si terminas de superar o no el miedo, sino hasta qué punto ese miedo te impide disfrutar de la vida.
Aprendí también que los miedos no tienen por qué superarse de golpe. Puedes empezar subiendo la montaña en bus con los ojos cerrados o sin mirar por la ventana y poco a poco girar la cabeza, abrir los ojos y empezar a centrarte en el paisaje.
Puedes dar unos pasos y retroceder como hizo Vicente, al reconocer sus propias limitaciones y conformarte con ver disfrutar a la persona que amas y vivir su alegría como si fuera la tuya. También puedes hacer la mitad del camino y ver que no te has muerto y en otro momento atreverte a hacer el recorrido completo.
El primer paso es reconocer lo que sientes, el segundo es plantear dar el primer paso para hacer frente a tus miedos, el tercero y más importante es dar algún paso.
Tras visitar el puente volví a tomar el bus para ponerme rumbo al Mirador del Roc del Quer, que se encuentra en lo más alto de la montaña.
Desde la parada del bus hasta el mirador tienes que hacer una caminata igual de considerable, pero la belleza del paisaje merece todo el esfuerzo. Andorra es verde y preciosa, aunque me dijeron que en invierno también se viste de blanco y queda igual de bonita.
Visité la ciudad durante mi estancia. Caminé por sus calles, me fui de compras, capturé cosas que llamaron mi atención como la imponente altura de las grúas de construcción, las innumerables edificaciones entre las montañas o a su alrededor, los puentes y los ríos que bañan Andorra la Vella, algún atardecer bonito, entre otros.
Como escritora compré mis recuerdos de cosas que colecciono. Visité un par de librerías y capturé rincones icónicos para lectores y escritores. Comí y bebí. Y, por supuesto, conseguí mi propósito que era principalmente descansar. No podría haber elegido mejor hotel para pasar mis noches.
Los viajes en carretera me inspiran mucho y aproveché para escribir y mandar una carta a mi yo del futuro. Una que recibirá, si la vida lo permite, en unos cinco años. También escribí un par de poemas para mi primer libro erótico, que tiene que salir a la venta este mes de julio.
Como de costumbre, tuve mi parada de gratitud y me preparé para volver a España, a mi ciudad.
Es posible que mis palabras no sean suficientes para plasmar todo lo que he sentido en este viaje, pero sé que me ha dejado una huella en el corazón.
Querido diario viajero, tal vez estas no son unas fotos de revista, pero captan unos momentos que permanecerán por mucho en mi memoria. Y yo dejo este escrito para recordarme, si alguna vez vuelvo a leerlo, que es importante vivir a pesar de nuestros miedos.
El día de mi partida el cielo iba tomando un tono oscuro de forma gradual, hasta llegar a un aspecto nocturno, aunque fueran las diez de la mañana. Y empezó a llover a cántaros, como si la ciudad lamentara mi partida. Ahora que lo pienso, me parece hasta poético.
A medida que me acercaba a España iba dejando atrás la oscuridad y el sol me iba dando la bienvenida. Y, cuando llegué a casa me encontré con tremenda buena sorpresa que me hizo sentir la persona más afortunada del mundo.
No me voy de la ciudad sin la foto de un reloj. Recuerda: "Incluso cuando no das el paso, el tiempo pasa. Da ese primer paso".
Librería visitada: Llibre Idees, descrita en una palabra como "variedad" por uno de sus empleados. Me ha contado que tienen casi de todo (en libros). Mi recuerdo de escritora-lectora: Edición chula de Una Habitación Propia, de Virginia Woolf.
Punto de gratitud: Iglesia Sant Pere Màrtir de Andorra la Vella. Parte de mi tradición es agradecer por todo antes de dejar la ciudad.
¿Cuál será la siguiente parada?